Ya he hablado de mi arrebato nostálgico
en el anterior post, pero en este libro es diferente. No es la misma
clase que la anterior y la culpa la tiene la edad tardía que tenía
cuando saboreé este maravilloso libro que nunca pierde su identidad. Más
aun cuando yo era un chico de campo que estaba absoilutamente
enganchado a los libros.
Ana es lo
que hemos sido muchos niños de pueblo durante siglos. No éramos malos,
pero no podíamos evitar meternos en líos que acaban en enfado para los
adultos y una bronca monumental además del castigo correspondiente.
Es
algo interesante descubrir como era la vida hace casi un siglo y
comparar las preocupaciones que aparecen en los libros con la realidad a
la que hemos llegado. Intento imaginarme a una dulce y bienintenciona
Ana cómo se sentiría al toparse con nuestra sociedad acelerada y caótica
en la que prima la inmediatez sobre la acción mesurada y meditada que
solía ser lo habitual hace un siglo.
Desde
mi punto de vista es una buena manera de ver como ha cambiado la
sociedad en todos los sentidos. Familia, amigos, modo de comunicarse,
estudios, ambiciones... Sería un buen arranque para enseñar a los niños
como era el pasado.
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